El pavimento una tarde de verano
en Monterrey arde. Treinta y siete grados a la sombra y yo al sol. Hacía mucho
tiempo que no había tenido la necesidadad de transitar por la avenida San Jerónimo.
No había visto ni de lejos las ruinas del horror. Arde.
Lo que queda del casino
incendiado hace un año espanta. En planos subsecuentes la bandera a media hasta
sobre la cima del cerro del Obispado, la alta fachada del Casino Royale, su
letrero derretido, las fauces enegrecidas, la malla erizada de cruces, los
suaves pero indignados recordatorios de los deudos. Arde.
La inecesaria y altiva presencia
de las granaderas con hombres portando armas largas ¿Para qué? Se ven tan fuera
de lugar, de tiempo, de autoridad ¿Para qué? No honran, escupen, sobretodo por lo que
representan y a quienes representan. A la indolencia corrupta e inmoral de
quienes debiendo evitar la tragedia la propician, la facilitan y hasta la
encubren. Arde.
Aún con las piedras ya frías se
puede sentir el fuego que se llevó vidas y promesas de vida, los organizadores
toman la palabra, se puede respirar el humo irrespirable que asfixió con su
negro luto familas enteras, un grupo de chavos que bien pudieron elegir fusiles
eligieron acordeones –los caminos de la vida–, la aprensión sede, un poco, a la
resignación, el pase de lista. Arde.
El estacionamiento, cual graciosa
dádiva del propietario, recibe bajo agradecible sombra a los presentes, sillas
para los invitados, micrófonos para quien quiera habalar, recuerdo para los
muertos, intento de consuelo para los vivos. Dede ahí se ven los huecos en los muros que escupieron fuego, humo y agua con cenizas. Tal vez sobrevivientes, seguramente cadáveres. Dentro se adivina un ifierno detenido. Fuera palabras espirituales invitan a
los mariachis a expresarse en el mismo tono, habla quien puede y quien quiere. Poesía.
La voz. Arde.
Y sí, arde la proliferacion de
casinos repletos haciendo ricos a los corruptos mientras se hace el lavando de dinero
entreteniendo indolentes. Arde que después de la tragedia venga la afrenta de
la impunidad jugando al bingo del castigo que nadie se gana y en cambio los
deudos mendigan justicia en un tablero con los dados cargados para que duela más.
Hay tragedias inevitables pero por qué sumarle el valemadrismo de autoridades
incompetentes o embarradas hasta el suero de los quesos. Arde.
Y después de todo el bálsamo que
busca otorgar consuelo bajo la falta de justicia con personas que se conduelen
y organizan eventos para preservar la memoria de lo que nunca debería pasar. Mis
respetos para aquellos que sin ser deudos directos se asumen como deudos
sociales para mostrar la empatía que toda una urbe debería prodigar. Mis
condolencias a los seres que sufren doblemente, primero por la tragedia y
después por la injusticia. Y por las víctimas unas palabras, un recuerdo y una vela encendida por su alma.
Arde.